05 de mayo de 2014.-

Mayo viene con todo, con las flores y sus espinas, con los
mangos y las plagas, con dulces añoranzas y faltas irreparables; porque es
mayo, como todo lo demás, claro y gris, ligero y pesado, cargado y liviano,
dulce y amargo, distante y cercano, como el recuerdo, como el presente, como la
vida.
Eso si, con todo y todo, mayo es mayo, y ningún otro mes
atesora la grandeza de haberme regalado una caminata, zapatos al hombro, camino
a la escuela, junto a mi cohorte, por las leves corrientes temporeras de aguas
creadas por la lluvia torrencial,
batidas, sin reparo en riesgos, por mis pies descalzos en un derroche de
libertad a la que ya no tengo acceso.
Nadie lavó jamás tan tiernamente los mangos que, chocados por
las gotas de mayo, poblaban todo el suelo de amarillo, para gula mía y de mis
primos, enamorados los tres de la misma presea, sin reparar en que abundaban
por cientos y de distinta clase.
Así era allá, en mi terruño de La Rancha, cuando la llegada
de mayo era, junto a Semana Santa y Navidad, los tres acontecimientos más
significativos para todos los míos, viejos y muchachos, mujeres y hombres.
Mayo era también de duro batallar en la alimentación y el
cuidado de los animales, bajo nublados, relámpagos y truenos, pero no
importaba, había mangos, y también había que bañarse en la primera agua de
mayo, como cura duradera de todo lo porvenir.
Hoy, no he visto un mango, no ha llovido, no he ido al campo;
pero en mi alforja memorial, pervive mayo; al cumplir otro año, que es un
peldaño mas, nada más!
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